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A principios de año una noticia sacudió al mundo entero. Un coronavirus originado en China se había expandido por el planeta, colapsando los sistemas sanitarios. En Europa, Italia había confinado a la población. Pero ¡¿están locos estos romanos!? A las pocas semanas, casi todos los países empezaban a tomar medidas de aislamiento. La humanidad ojiplática. A España le toco el 14 de marzo. Todo se paralizó. Una sensación tan, tan extraña nos invadía a todos… Encerrados en nuestras casas, siguiendo la evolución del virus por las noticias. A las 8 de la tarde, cada día, salíamos al balcón a aplaudir a los sanitarios. Con mucha emoción de saber que nuestros vecinos seguían ahí, cada uno en su casa. La comunión del aplauso. Un aplauso casi onírico, fuera del tiempo. 

Tiempo de estar en casa, de leer, de ver películas y series, de cocinar, de arreglar las cosas para las que nunca había tiempo (el botón de la cisterna, el tirador del armario…), de escribir, de estudiar, de tocar la guitarra. Llevaba unos días con una progresión de acordes muy melancólica. Dándole forma. Estaba buscando su sitio. Por otro lado me llegaron unas imágenes de Madrid absolutamente vacío. Esta combinación de sensaciones me empujó a escribir unos versos sobre mi ciudad herida. En todas partes comentaban: “estamos como en una guerra, solo que aquí el enemigo es invisible”.